miércoles, marzo 16, 2005

Frikis

6846 comics
15.248,36 €

Está bien. Si lo pienso fríamente, debo de ser bastante friki. Tengo treinta años, vivo con mis padres, colecciono tebeos y mis ídolos son unos señores que escriben y dibujan y cuyo nombre es desconocido para una abrumadora mayoría del común de los mortales. Tengo figuras articuladas de mis héroes favoritos repartidas por mi cuarto. Cuido con cariño las ediciones mas delicadas de Zinco y Norma y llevé a un encuadernador profesional mi “Electra Lives Again” para que cosiera de nuevo sus deterioradas páginas. Me gasto unos 250€ al mes en comprar tebeos y lo que es más grave, no supone para mi ningún cargo de conciencia. Tengo una Gamecube (y es que soy un superfriki) y una Playstation 2. Tengo un póster de Spiderman que guarda mis sueños, acabada ya esa estúpida historia del niño Jesús. Me niego a prestar mis tebeos, sufro cuando cualquier neófito manipula mi colección de Predicador y mi pesadilla recurrente consiste en imaginar un grupo de niños coloreando mis tomos de Nausicä. Y es que con todas estas evidencias me es imposible negar que soy un friki

O no.

Probablemente si me vieras por la calle dirías de mí que soy absolutamente normal. Tengo un trabajo bastante respetable que desempeño con diligencia. Mi novia es una morena preciosa que me adora, intento comprarme un piso (yo y mis amigos Banco e Hipoteca), tengo amigos con los que salgo a divertirme y a hablar de fútbol y mujeres. Juego a los dardos y a las cartas, y a veces incluso consigo ganar alguna partida al Rabino. Bebo cerveza, como palomitas y duermo la siesta arrullado por la voz de Jorge Javier Vázquez susurrándome “buenas tardes tomates”. Es decir, a todas luces, y para todos aquellos que no han visitado la excentricidad que habita en mi cuarto soy una persona normal.

¿Qué es entonces lo que nos convierte es frikis? ¿Por qué los demás nos miran con extrañeza y nos llaman raros? ¿Soy raro por tener un hobby? ¿Por dedicar una parte de mi vida a algo que es inequívocamente arte? ¿Por disfrutar de la lectura? ¿Por ser capaz de identificar etapas, dibujantes y guionistas? ¿Por tener una figura del Ultimate Capitán América al lado de mi pasaporte? ¿Por debatir acerca de la extraña metamorfosis que está sufriendo Frank Miller, fagocitándose en trabajos alimenticios?

En realidad, y a pesar de los años consumidos en convencer a la gente que los comics no son sólo para niños, la mayoría de las veces me siento friki por saber.
Recuerdo una fiesta hará ahora un año en la que gente 10 años menor que yo me miraba con aterrador asombro porque respondía a casi todas las preguntas en una partida de Trivial. Esa gente abría los ojos como platos y bebían embobados su vodka con limón mientras yo contestaba no sin cierta vergüenza culpable a preguntas como: ¿Quién dirigió Centauros del Desierto? ¿Quién escribió El Tambor de Hojalata? ¿Cuál es la capital de Guatemala? Al final una de las chicas, una rubia delgadita y bastante mona, se levantó después de un bostezo para corregir su maquillaje en el baño de la casa donde residía la fiesta, justo antes de que yo contestara cinco de seis en la tarjeta de última ronda.

Y me sentí como un monstruo.